sábado, 3 de septiembre de 2011

El Te y la tía Cristina, continuación....


Ibamos por la segunda tetera con mi tía Cristina.  El calorcito que da el te en invierno es muy agradable. Mi tía tiene una colección de teteras antiguas, altas, redondas, esbeltas, petisas y anchas, con flores y colores, con dibujos hechos a mano y filigranas; que hacen del ritual del te, un placer a los ojos y un viaje en el tiempo. Esta vez habíamos elegido una muy elegante, fina y alta con flores en tonos rosa y rojo oscuro, hojitas en verde opaco y un ribete tostado en el pico y asa. Mi tía es experta en infusiones, las hace con hojas de te, flores de marcela, hojas de cedrón, clavos de olor, ramas de canela y cuanto yuyo crece en la faz de la tierra ha pasado por la alquimia de las calderas en la cocina de la tía. Ella tiene más de setenta años, creo, quizá más, nunca lo sabremos con exactitud, es tía abuela en realidad. Como decía, ya íbamos por la segunda tetera de infusión de hierbas, cuando comenzó la parte intensa del cuento. Hoy había colocado agua en la caldera grande, casi un litro y medio. Luego fue colocando, hojas de cedrón, medio limón, unas cuantas cucharadas de miel y una rodajita de gengibre. Cuando hervió, apago el fuego y dejó reposar un minuto. Pasó la infusión a la tetera dejando las hojas y cáscaras en la caldera porque de lo contrario empiezan a soltar un sabor amargo que invade los demás sabores. La tetera llegó a la mesa envuelta en una mantita de croché con tonos de verde y rosa, con una puntilla en el borde que la hacía lucir como un vestido de fiesta antiguo. Así se mantuvo el te a una temperatura adecuada hasta la última taza antes de la cual mi tía comenzaba a contarme su gran historia de amor...


.."era un amigo de tu abuelo, se juntaban todos en el patio trasero de la casa a jugar con una pelota de medias, hacían largos partidos los sábados a la tarde y nosotras con tu madre y las otras primas los veíamos por la ventana. Eramos todos aún muy jóvenes, pero la fruta del amor ya tentaba nuestros labios. En primavera, se festejaba el cumpleaños de Tomás, tu tío abuelo menor, los varones venían todos al gran asado que hacía el viejo, mi padre, para sus hijos. Se limpiaba el fondo, se colocaban sillas y se dejaba un círculo en el medio con la tierra bien apisonada para bailar. Si el cumpleaños era de mujer se llenaba de flores, si era de varón  se dejaba bien limpio. Siempre estaba lista la guitarra y el acordeón, que alguno ejecutaba con o sin destreza, pero todos respetaban y aplaudían. Se carneaba una oveja y una vaca y el capataz se encargaba de preparar la carne para la parrilla. Mi madre y sus hermanas preparaban pasteles de dulce de leche, pasta frola de membrillo y trufas de chocolate. Las mujeres tomábamos una bebida que parecía te, al que mi abuela perfumaba con licor dulce de butiá casero. Los cumpleaños eran motivo de fiesta y una excusa para reunir a la familia, verse y saber cómo andaban las cosas aquí y allá. También para nosotras era momento de lucir vestidos nuevos, perfumes, alhajas y ver a los varones que iban convirtiéndose en hombres como nosotras en mujeres. Ese año, Juan venía al cumpleaños de Tomás como lo había hecho durante toda la infancia, pero ya usaba pantalón largo y comenzaba a tener pelusa en la cara. A mi me impactó solo verlo entrar al patio aquel día. Llevaba un sombrero beige, un saco negro y camisa blanca y traía un ramillete de flores amarillas y blancas que se las dio a mamá pero que yo supe en mi corazón que eran para mí. Yo estaba en la galería con mis primas, nos habíamos puesto los mejores vestidos y zapatos, cuando lo vi, quedé muda, sabía que me gustaba pero no quería admitirlo. Me sentía hermosa, mi vestido era azul, con una moña grande atrás y un escote que ya insinuaba mi entrada en el mundo del deseo, me había enrulado el pelo y puesto un broche dorado que me prestó mi abuela. Nos miramos al pasar, yo no quería que se diera cuenta, pero tampoco que pensara que me era indiferente. Nosotras tomábamos el "te perfumado" de mi tía y eso nos ponía los cachetes colorados, nos daba coraje. A la hora de bailar lo busqué, pero no tuve que andar mucho, él vino enseguida a sacarme a bailar y yo no pude menos que aceptar. Sentía su mano en mi cintura y me ponía la piel de gallina, su perfume de hombre, su fuerza al moverme en cada giro, yo me dejaba llevar, me gustaba sentir que sus manos me guiaban en aquella pista de tierra en el fondo de mi casa. Un calor me subía desde el ombligo hasta mi cara y las ganas de que me besara parecían gritar. Pero sabíamos que mi padre nos miraba. La promesa de vernos más tarde quedó hecha con sólo mirarnos. Todos bailaban y cantaban, los varones comían facón en mano, la carne asada y adobada con hierbas de la huerta, sazonada con una mezcla que Don Carlo, el capataz, preparaba en una botella tapada con un corcho muescado para poder rociar la carne directo en la parrilla. Las mujeres usábamos platos y cubiertos y aprovechábamos para cuchichear. Ese día mi estómago me avisaba que algo más estaba pasando conmigo y con Juan, claro. Cuando pudimos nos encontramos en unas de las galerías que daban al fondo, lleno de árboles frutales que ya comenzaban a emanar sus fragancias primaverales, al igual que nuestros cuerpos que se buscaron con afán. Sus manos encontraron enseguida mis curvas incipientes y mi boca encontró la suya, que me supo a vino y carne asada. Nos besamos largamente bajo el tejado del fondo, lejos de las miradas de todos, pudimos conocer y reconocer nuestros cuerpos adolescentes, aunque Juan sabía que si se le iba la mano, mi padre lo sacaría a chumbazos de la casa. Cuando su mano subió por mi muslo. supe que tenía que volver, una fuerza feroz me invitaba a dejarme amar, pero debía esperar y estar segura, así que me zafé muy contra mi voluntad y le dije a Juan que debíamos regresar. Lo hicimos con disimulo, los cachetes colorados y alma revoleada... me había enamorado definitivamente... fue una pasión hermosa que vivimos en secreto..." 
"Y, después que pasó" le dije a mi tía con mucha curiosidad, "Por qué no te casaste con él y si con el abuelo? "Esa es otra larga historia que otro día que vengas a tomar el te conmigo te la contaré... uy mihija, la vida es larga y hay tanto para contar... otra taza de te?"
Entendí que por esa vez estaba bien, y esa tarde volví a casa con una sensación hermosa, sabor a canela en la boca y olor a vainilla en el pelo, pensé en el amor... en todos los tiempos se ama verdad?....

2 comentarios:

  1. Muy linda historia, se ama en todos los tiempos sin duda.

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  2. que linda historia, me enternecì, gracias prorcompartirla!!!

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